viernes, 10 de julio de 2009

En un Álbum

En un Álbum

Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
del yermo boreal, venciendo el frío,
recibe a veces de ignorado cielo
una olorosa ráfaga de estío.

¡Qué beso el de tal hálito de paso!
¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!
¡Sólo un beso de amor produce acaso
mayor placer que semejante beso!

Pues bien, yo experimento a tus miradas
lo que en el polo el peregrino siente,
cuando una de esas brisas perfumadas
va de otro clima a acariciar su frente.

En mi noche invernal, Dios ha querido
que el resplandor de tus pupilas fuera
un efluvio de rosas difundido
en un rayo de sol de primavera.

Vigilia y sueÑo

Vigilia y sueÑo

La moza lucha con el mancebo
-su prometido y hermoso efebo-
y vence a costa de un traje nuevo.

Y huye sin mancha ni deterioro
en la pureza y en el decoro,
y es un gran lirio de nieve y oro.

Y entre la sombra solemne y bruna,
yerra en el mate jardín, cual una
visión compuesta de aroma y luna.

Y gana el cuarto, y ante un espejo,
y con orgullo de amargo dejo,
cambia sonrisas con un reflejo.


Y echa cerrojos, y se desnuda,
y al catre asciende blanca y velluda,
y aún desvestida se quema y suda.

Y a mal pabilo, tras corto ruego,
sopla y apaga la flor de fuego,
y a la negrura pide sosiego.


Y duerme a poco. Y en un espanto,
y en una lumbre, y en un encanto,
forja un suceso digno de un canto.

¡Sueña que yace sujeta y sola
en un celaje que se arrebola,
y que un querube llega y la viola!

Los parias

Los parias

¿Queréis que entre el arrullo de mis brazos
tiemble el dormido corazón de Helena
como entre sus asiáticas murallas
y el vulnerable hijo de Peleo
otra vez en su lecho halle al amigo
por el que rugió hermoso? ¡Ay, quién pudiera
con su soplo alentar tales prodigios
y devolver la vida con su canto
a quienes se mostraron por la tierra
con tal deseo espléndido! Una aurora
puedo mecer en vuestros corazones
despertando la rosa en las mejillas
de aquellos hechos, dando a sus miradas
glaucos ojos y finas como liebres
piernas aventureras que recorran
con pasmo el verde mundo y, al regreso
de sus trabajos, bellos cual conquistas
de extraños soles, darles el acanto
como fresco cojín de sus placeres.
¿Mas debe el hombre transmitir el culto
de sus demencias? ¿Debe en sus delirios
arrancar de la nada los secretos
del caudaloso manantial antiguo
sobre el cual las voraces primaveras
desfilaron cual mármoles de sueño
su gentil pubertad? Aquellos seres,
aquellas enigmáticas hazañas,
aquel juego de dioses sometidos
Allá en el claro, cerca del monte
bajo una higuera como un dosel,
hubo una choza donde habitaba
una familia que ya no es.
El padre, muerto; la madre, muerta;
los cuatro niños muertos también:
él, de fatiga; ella de angustia;
¡ellos de frío, de hambre y de sed!

Ha mucho tiempo que fui al bohío
y me parece que ha sido ayer.
¡Desventurados! Allí sufrían
ansia sin tregua, tortura cruel.
Y en vano alzando los turbios ojos,
te preguntaban, Señor, ¿por qué?
¡Y recurrían a tu alta gracia
dispensadora de todo bien!

¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden
culto a tu nombre y a tu poder:
a ti demandan favores lo pobres,
a ti los tristes piden merced;
mas como el ruego resulta inútil
pienso que un día, pronto tal vez
no habrá miserias que se arrodillen,
¡no habrá dolores que tengan fe!

Rota la brida, tenaz la fusta,
libre el espacio ¿qué hará el corcel?
La inopia vive sin un halago,
sin un consuelo, sin un placer.
¡Sobre los fangos y los abrojos
en que revuelca su desnudez,
cría querubes para el presidio
y serafines para el burdel!

El proletario levanta el muro,
practica el túnel, mueve el taller;
cultiva el campo, calienta el horno,
paga el tributo, carga el broquel;
y en la batalla sangrienta y grande,
blandiendo el hierro por patria o rey,
enseña al prócer con noble orgullo
¡cómo se cumple con el deber!

Mas, ¡ay! ¿qué logra con su heroísmo?
¿Cuál es el premio, cuál su laurel?
El desdichado recoge ortigas
y apura el cáliz hasta la hez.
Leproso, mustio, deforme, airado
soporta apenas la dura ley,
y cuando pasa sin ver al cielo
¡la tierra tiembla bajo sus pies!

Al separarnos

Al separarnos

Nuestras dos almas se han confundido
en la existencia de un ser común,
como dos notas en un sonido,
como dos llamas en una luz.

Fueron esencias que alzó un exceso,
que alzó un exceso de juventud,
y se mezclaron, al darse un beso,
en una estrella del cielo azul.

Y hoy que nos hiere la suerte impía,
nos preguntamos con inquietud:
¿cuál es la tuya? ¿cuál es la mía?
Y yo no acierto ni aciertas tú.

domingo, 5 de julio de 2009

Deseos

Deseos

¡Yo quisiera salvar esa distancia,
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide!


¡Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes!
¡Yo quisiera, en el cielo de tus brazos,
beber la gloria que en tus labios tienes!


¡Yo quisiera ser agua y que en mis olas,
que en mis olas vinieras a bañarte,
para poder, como lo sueño a solas,
a un mismo tiempo por doquier besarte!

¡Yo quisiera ser lino, y en tu pecho,
allá en las sombras, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
y morir del placer de comprimirte1


¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
llevar en mí, como la nube, el fuego;
mas no, como la nube en su carrera,
para estallar y separarnos luego!


¡Yo quisiera en mí mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
convertirte en perfume y aspirarte!


¡Aspirarte en un soplo como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos1


¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
y así verter sobre mi vida en calma,
toda la llama de tu pecho ardiente
y todo el éter de lo azul de tu alma!


¡Aspirarte mujer... de ti llenarme,
y en ciego y sordo y mudo constituirme,
y ciego, y sordo y mudo, consagrarme
al deleite supremo de sentirte
y a la suprema dicha de adorarte!

La estrella mensajera

La estrella mensajera


Al fin te asomas entre las nubes,
al fin te asomas y a verte voy...
Estrella mía que a oriente subes
¿qué tal te ha ido de ayer a hoy?

Toda la tarde lloviendo estuvo,
toda la tarde, para mi mal,
por las regiones del aire anduvo
rodando nieblas el vendaval.

¡Ah, no es posible que yo te diga
cuánto he sufrido, cuánto temí
que no pudieras, mi dulce amiga,
con este tiempo brillar aquí!

Tú eres el solo consuelo mío,
tú me recuerdas mi grato ayer,
tú eres mi sueño, mi desvarío...
Cuando me faltas no sé qué hacer.

A tu destello se alzan dos frentes
y se coronan de resplandor,
tú eres la cita de los ausentes...
¡Yo te bendigo, cita de amor!

Cuando no vienes, estrella, gimo;
tú eres mi solo, mi solo bien,
tú eres el beso que yo le imprimo
todas las noches sobre la sien.

Tu luz, calmando mi amargo duelo,
dentro de mi alma se hace canción;
tu luz, efluvio de flor de cielo,
trasciende a esencia de corazón.



* * *

Dime, Lucero, tú que la viste,
si la encontraste pensando en mí,
si estaba alegre o estaba triste...
Habla, Lucero... contesta, di.

Habla, Lucero; tu voz escucho.
¿Acaso estaba durmiendo ya?
¿Acaso estaba soñando mucho?
¿Leyendo un libro de amor quizá?

¿Quizá en un claro del bosque umbrío
cogiendo rosas para el placer
o en la ventana mirando el río,
mirando el río correr, correr?

¿Siguiendo la ola que en las riberas,
que en las riberas parece hablar,
y en las neblinas de las quimeras
dejando su alma volar, volar?



. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Cuando distantes los dos estemos
y eche la sombra su gran capuz,
allá en el éter nos juntaremos
al par mirando la misma luz.


Eso juramos cuando partiste,
cuando el destino nos separó.
Y hoy he sabido que no cumpliste...
La misma estrella me lo contó.

A margarita

A margarita

¡Qué radiosa es tu faz blanca y tranquila
bajo el dosel de tu melena blonda!
¡Qué abismo tan profundo tu pupila,
pérfida y azulada como la onda!

El fulgor soñoliento que destella
en tus ojos donde hay siempre un reproche,
viene cual la mirada de la estrella,
de un cielo ennegrecido por la noche.

¡Tu rojo labio en que la abeja sacia
su sed de miel, de aroma y embeleso,
ha sido modelada por la gracia
más para la oración que para el beso!

¡Tu voz que ora es aguda y ora grave,
llena de gratitud suena en mi oído
como el saludo arrullador del ave
al sol naciente que despierta el nido!


¡La palabra mordaz y libertina,
en tu boca, que el ósculo consume,
es una flor de punzadora espina,
pero que tiene un mágico perfume!


¡Tu discurso es amargo, licencioso
y repugnante, pero extraño ejemplo!-
tu acento es dulce, arrobador y uncioso,
como el canto del órgano en el templo!

¡Tu lenguaje, a cuyo eco me emociono,
lastima al mismo tiempo que recrea:
es el salmo de un ángel por el tono
y el alma de un demonio por la idea!

¡Tu mano esconde un cetro: el albo lirio,
y fue tallada con primor no escaso
más para la limosna y para el cirio
que para la caricia y para el vaso!

¡Tu cuerpo...! ¡Qué a menudo la locura
rasgó ante mí tus hábitos discretos,
y tu estatuaria y lúbrica hermosura
me reveló sus íntimos secretos!

¡Cuántas veces a la hora del tocado
penetré hasta tu estancia encantadora!
Y en un tibio misterio plateado
por una claridad como de aurora,

te hallé al salir del agua derramando
un rocío de líquidos cambiantes
-escultura de nieve, comenzando
a deshelarse ya verter diamantes-.

Y vi a la sierva que te adorna y peina
ajustar con destreza cuidadosa
tu magnífica túnica de reina
a tu soberbia desnudez de diosa!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Qué miseria o qué afán o qué flaqueza
te arrojó del Edén, Eva proscrita?
¿Qué Fausto asió tu virginal belleza
y la acostó en el fango, Margarita?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Inexplicable suerte, buena y mala,
la que a ti me llevó y a mí te trajo!
¡Nuestro insensato amor es una escala
y por ella tú asciendes y yo bajo!

¡Oculta y sola, mi pasión huraña
crece en mi corazón herido y yerto;
oculta, como el cáncer en la entraña;
sola, como la palma en el desierto!

Dentro de una esmeralda

Dentro de una esmeralda


Junto al plátano sueltas, en congoja
de doncella insegura, el broche al sayo.
La fuente ríe, y en el borde gayo
atisbo el tumbo de la veste floja.

Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
que de vidrio parece al sol de mayo,
toma verde la luz del vivo rayo,
y en una gema colosal te aloja.

Recatos en la virgen son escudos;
y echas en tus encantos, por desnudos,
cauto y rico llover de resplandores.

Despeñas rizos desatando nudos;
y melena sin par cubre primores
y acaricia con puntas pies cual flores.