domingo, 29 de noviembre de 2009

Con quÉ dolor...

Con quÉ dolor...

¡Con qué dolor, y válgame ser franco,
trazo los versos que a mi lado impetras!
Esta cuartilla de papel en blanco
me parece una lápida sin letras.

Tristísimo recuerdo me acongoja
y pienso, visionario como un zafio,
que escribo, no una endecha en una hoja,
sino sobre un sepulcro un epitafio.

No extrañes, no, que mi razón sucumba
a esta ilusión que envuelve algo de cierto
porque, ay, tu corazón es una tumba
desde el instante en que tu amor fue un muerto.

¡Tu amor! Ve el mío que cual ámbar de oro
paréceme que nunca se consume,
que ni siquiera sufre deterioro
aunque despida sin cesar perfume.

Mas ¿a dónde me lleva mi extravío?
Perdona a mi amargura ese reproche.
Por ti puedo decir como el judío:
¡un ángel ha pasado por mi noche!

Por ti en el molde general no cupe;
quise ovaciones, codicié oropeles
y en la tribuna y con la lira supe
ganar aplausos y obtener laureles.

Después... ¡mi gloria huyó con mi ventura
y, como nube tenebrosa, el duelo
ha cerrado en mi alma la abertura
que daba grande y esplendente al cielo!

Adiós. Dejo a tus plantas un gemido
y retorno a la sombra más espesa
pues vuelvo a la que reina en el olvido,
y no hay otra tan negra como ésa.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Engarce

Engarce

El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.


De alto balcón apostrofóme a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella...
!Oh qué timbre de voz trémulo y fino!


¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!


¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.

La cita

La cita

¡Adiós, amigo, adiós! ¡El sol se esconde,
la luna sale de la nube rota,
y Eva me aguarda en el estanque, donde
el cisne nada y el nelombo flota!

Voy a estrechar a la mujer que adoro.
¡Cuál me fascina mi delirio extraño!
¡Es el minuto del ensueño de oro
de la cita del ósculo en el baño!

¡Es la hora en que los juncos oscilantes
de la verde ribera perfumada
se inclinan a besar los palpitantes
pechos desnudos de mi dulce amada!

¡Es el momento azul en que la linfa
tornasolada, transparente y pura,
sube hasta el blanco seno de la ninfa
como una luminosa vestidura!

¡Es el instante en que la hermosa estrella
crepuscular se asoma con anhelo
para ver a otra venus que descuella
sobre el húmedo esmalte de otro cielo!

¡Es ya cuando las tórtolas se paran
y se acarician en los mirtos rojos,
y los ángeles castos se preparan
a ponerse las manos en los ojos!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

A ti

A ti

Portas al cuello la gentil nobleza
del heráldico lirio; y en la mano
el puro corte del cincel pagano;
y en los ojos abismos de belleza.

Hay en tus rasgos acritud y alteza,
orgullo encrudecido en un arcano,
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.

Quiero pugnar con el amor, y en vano
mi voluntad se agita y endereza,
como la grama tras el pie tirano.

Humillas mi elación y mi fiereza;
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.

EpÍstola

EpÍstola

A Déltima *

Me hallo solo y estoy triste.
Tu viaje -que no maldigo
porque tú lo decidiste-,
me hundió en la sombra. ¡Partiste,
y la luz se fue contigo!

¡Somos, en este momento
en que el afán nos consume,
dos flores de sentimiento
separadas por el viento
y unidas por el perfume!

¡Ay de los enamorados
que están en diversos puntos
y viven -¡infortunados!-
con los cuerpos apartados
y los espíritus juntos!

Pero el mal de que adolece
nuestra pasión, que Dios veda,
en ti mengua y en mí crece.
¡Aquél que se va padece
menos que aquél que se queda!

Sufres, pero no ha de ser
cual tu ternura me avisa.
Tu dolor ha de tener
a menudo una sonrisa:
¡lo nuevo causa placer!

Mas yo, pobre abandonado,
no encuentro paz ni consuelo.
Desde que te has alejado
estoy ausente del cielo.
¡Sin duda te lo has llevado!

Extrañarás que hable así,
pero ¡qué quieres! te juro
que no miento. Para mí,
cuanto es halagüeño y puro
empieza y termina en ti.

Y fuera de ti, bien mío,
la infinita creación
no es más que un inmenso hastío:
¡el espantoso vacío
del alma y del corazón!

Tú resucitaste a un muerto.
Yo era -¡recuerdo importuno!-
algo monótono y yerto,
tal como un campo desierto
y sin accidente alguno.

¡Era un ente sin historia,
una conciencia en asomo,
cuando -¡esplendente memoria!-
tu presencia hizo en mí como
un cataclismo de gloria!

Derramaste en mi existencia
-en una mística esencia-,
la desgracia y la ventura,
el deleite y la tortura,
la razón y la demencia.

El ideal canta y gime:
es un abrazo que oprime.
Lo dichoso y lo funesto
constituyen lo sublime.
El amor está compuesto

de todas las agonías,
de todas las inquietudes,
de todas las armonías,
de todas las poesías
y de todas las virtudes.

Es el fanal y es la tea;
es el hálito que orea
y es el soplo que alborota;
es la calma que recrea
y es la tormenta que azota.

Es un galvánico efecto;
es lo rudo y es lo suave;
es lo noble y es lo abyecto;
es la flor y es el insecto;
es el reptil y es el ave.

Semejante al aluvión
resulta de la fusión
de la rastra y de la pluma,
de la hez y de la espuma,
del pétalo y del peñón.

Tu belleza seductora
dio un destello a mi ansia negra,
como el rayo que colora
pone en la nube que llora
el arcoiris que alegra.

Tu imagen grata y radiante
fue un rápido meteoro:
una hermosa estrella errante
que abrió en mi noche incesante
un ardiente surco de oro.

¡Lúgubre suerte me cabe,
contemplar un ígneo rastro!
¡Infeliz de mí! ¡Quién sabe,
si cuando el eclipse acabe,
veré como antes el astro!

*Déltima, anagrama de Matilde,
amor del poeta por muchos años.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El arroyo

El arroyo

No descansas jamás... y alegre y puro,
murmurador y manso,
corriendo vas sobre tu cauce duro...
¡Yo también como tú corro y murmuro,
yo también como tú jamás descanso!
¡Yo camino al vaivén de mis dolores,
tú con ala de céfiro caminas,
tú feliz más que yo, por entre flores,
yo helado más que tú, por entre espinas!
Tú pasas como sombra por el suelo,
siempre en eterno viaje;
vas a la mar con incesante anhelo,
vienes del cielo en volador celaje
y en un rayo de sol vuelves al cielo.
¡Yo voy... ¿dónde? No sé... voy arrastrando
mi fe perdida y mi esperanza trunca,
sombra de un alma entre la luz temblando
y sin poder iluminarse nunca!
Tú cumples con pasar... Yo, si te imito,
no cumplo con vivir... por eso lloro,
y en el infierno de mi afán me agito
cuando ilumina con visiones de oro
las sombras de mi lecho, el infinito.
¡En mi delirio ardiente
sueño a mis pies el pedestal: la gloria
me envuelve con su luz, y mi alma siente
el fuego del aplauso en la memoria
y la frialdad del túmulo en la frente!
¡Y luego, al despertar de mi locura,
al volver de mi ardiente desvarío,
desesperado en realidad oscura
y agonizante de dolor, me río!

Mas ¿qué importa? Sigamos, arroyuelo;
el aura guarda para ti su anhelo
si la borrasca en mi cerebro zumba...
¡Tú eres surco de cielo
y yo surco de tumba!
¡A veces me imagino que en tu arrullo
la voz de un ángel invisible canta;
a veces me imagino que en mi orgullo
la eternidad del genio se levanta!
Delirios, ilusión de mis querellas,
el último eco morirá en mi lira.
¡Yo paso como tú, fingiendo estrellas,
átomo pensador que a todo aspira!
Nacer, pensar, morir. ¡Oh suerte! ¡Oh suerte!
¡Para qué tanto afán, si en ese abismo
de tinieblas polares, en la muerte,
se ha de abismar el pensamiento mismo!
¡Nacer, pensar, morir! ¡Y en la existencia
divinizada la impotente duda,
y en el labio entreabierto de la ciencia
una palabra muda!

¡Oh gentil arroyuelo cristalino!
Quisiera, en tu camino,
ser una flor abandonada y sola;
rambla de arena en tu brillante cauce,
sombra de un cisne, atravesar en tu ola,
o en tu orilla temblar, sombra de un sauce;
60 quisiera ser tu brisa lisonjera,
ser no más una gota de tu lodo,
un eco de tu voz... porque quisiera,
menos alma que piensa, serlo todo!

Mudanza

Mudanza

Ayer, el cielo azul, la mar en calma
y el sol ignipotente y cremesino,
y muchas ilusiones en mi alma
y flores por doquier en mi camino.

Mi vida toda júbilos y encantos,
mi pecho rebosando de pureza,
mi carmen pleno de perfume y cantos
y muy lejos, muy lejos, la tristeza.

Ayer, la inspiración rica y galana
llenando mi cerebro de fulgores;
y tú, sonriente y dulce en tu ventana,
hablándome de dichas y de amores.

Ayer, cuanto era luz y poesía,
las albas puras y las tardes bellas
henchidas de sutil melancolía,
y las noches pletóricas de estrellas...

Y hoy... la sombra y el ansia y el desierto,
perdida la esperanza, y la creencia,
y el amor en tu espíritu ya muerto,
y sembrada de espinas la existencia.