martes, 6 de diciembre de 2011

El predestinado

El predestinado
de Salvador Díaz Mirón






Bajo el ronco motín que grita muerte,
el sagrado bajel cruje de suerte
que semeja reír - El genio es fuerte;


Y aún ante indicio, de locura o dolo,
no culpa de falaz a Marco Polo,
y se obstina en creer, inmenso y solo.

Su fe suele medrar cuando vacila...
¡Así la llama del hachón oscila
al viento, y es mayor por intranquila!

En el ignoto piélago la nave
sigue al azar el ímpetu de un ave.
¿A dónde va? ¡Ni el Genovés lo sabe!

A la esperanza el mísero se aferra,
como a la tabla el náufrago que yerra
en la furia del mar. La noche cierra.

Bien luego magnífica su corona...
Y es que Dios con su soplo hincha la lona,
¡desde los astros de la nueva zona!

Voz que nace al timón sube a la caña...
¡El Ponto bulle con cadencia extraña
y parece que dice: ¡Viva España!

Colón, en pie sobre la proa mira...
¡Y en el cordaje un hálito respira
Y canta, como un estro en una lira!

Franja de luna por el agua riela...
¡Y al grande hombre simula rica estela,
rastro de victoriosa carabela!

El muerto

El muerto
de Salvador Díaz Mirón






Como tronco en montaña venido al suelo.
Frente grandiosa y limpia, soberbia y pura.
Negras y unidas cejas, con la figura
del trazo curvo y fino que marca el vuelo.

De un pájaro en un croquis que apunta un cielo.
Nariz igual a un pico de halcón albura
de canas. ¡El abeto, ya sin verdura,
dio en tierra y está en parte cinto de hielo!

El ojo mal cerrado tiene abertura
que muestra un hosco y vítreo claror de duelo,
un lustre de agua en pozo yerta en su hondura.


Moscas espanto y quito con el pañuelo;
y en la faz del cadáver sombra insegura
flota esbozando un cóndor al par que un velo.

El fantasma[1]

El fantasma[1]
de Salvador Díaz Mirón






¡Señor, tenme piedad, aunque a ti clame
sin fe! ¡perdona que te niegue o riña
y el ara tienda con bochorno infame!

Vuelvo al antiguo altar. ¡No en vano ciña
guirnaldas a un león y desparrame
riego que pueda prosperar tu viña!

¡Líbrame por merced, como te plugo
a Bautista y Apóstol en Judea,
ya que no me suicido ni me fugo!

¡Inclínate al cautivo que flaquea;
y salvo, como Juan por el verdugo,
o como Pedro por el ángel sea!

Habito un orco infecto; y en el manto
resulto cebo a chinche y pulga y piojo;
¡y afuera el odio calumnia en tanto!

¿Qué mal obré para tamaño enojo?
El honor del poeta es nimbo santo
¡y la sangre de un vil es fango rojo!

Mi pobre padre cultivó el desierto.
Era un hombre de bien, un sabio artista,
y de vergüenza y de pesar ha muerto!

¡Oh mis querubes! ¡Con turbada vista
columbro ahora el celestial e incierto
grupo que aguarda, y a quien todo atrista!

¡Y oigo un sordo piar de nido en rama,
un bullir de polluelos ante azores;
y el soplado tizón encumbra llama!

¡Dios de Israel, acude a mis amores:
y rían a manera de la grama,
que hasta batida por los pies da flores!

1.↑ Escrita en la cárcel de Veracruz

jueves, 6 de octubre de 2011

Ejemplo

Ejemplo
de Salvador Díaz Mirón






En la rama el expuesto cadáver se pudría,
como un horrible fruto colgante junto al tallo,
rindiendo testimonio de inverosímil fallo
y con ritmo de péndola oscilando en la vía.

La desnudez impúdica, la lengua que salía
y alto mechón en forma de una cresta de gallo,
dábanle aspecto bufo; y al pie de mi caballo
un grupo de arrapiezos holgábase y reía.

Y el fúnebre despojo, con la cabeza gacha,
escandaloso y tumido en el verde patíbulo
desparramaba hedores en brisa como racha.

Mecido con solemnes compases de Turíbulo.
y el sol iba en ascenso por un azul sin tacha,
y el campo era figura de una canción de Tíbulo.

Ecce homo

Ecce homo
de Salvador Díaz Mirón






Se que la humana fibra
a la emoción se libra,
pero que menos vibra
al goce que al dolor.
Y en arte no me ofusco;
y para el himno busco
la estética del brusco
estímulo mayor.

Mas no en aleve audacia
demando a la falacia
la intensa y cruda gracia,
como un juglar sutil.
A la verdad ajusto
el calculado gusto,
bajo el pincel adusto
y el trágico buril.

Y el daño es tema propio
a mí, que bebo en opio
el sueño, y hago acopio
de lágrimas de hiel.
Estudio, peso y mido;
y al rudo esfuerzo pido
un bálsamo de olvido
y un ramo de laurel.

Fatiga y pena ignotas
soltaron acres gotas,
que son espumas rotas
sl pie del bogador.
¡Sonad en mi "lirismo",
como en el Ponto mismo,
un vasto y fiero abismo
de llanto y de sudor!

¡Oh fe y piedad radiosas,
qué al polvo de las fosas
ponéis alas hermosas
con que poder volar!
¡Oh dulces manos bellas,
qué al son de las querellas
venís de las estrellas
a ungir y acariciar!

Ni el santo influjo vuestro
suaviza mi siniestro
destino, donde un estro
enrosca y alza luz.
Y a empuje por caída,
avanzo mas la vida,
maltrecha y abatida
como arrastrada cruz,

Mi gloria esta en la nube
que por el cielo sube,
Llevando, no un querube,
Sino una tempestad.
¡Y en el fulgor que anima
la yerma y blanca cima,
la cumbre que sublima
tristeza y soledad!

Duelo

Duelo
de Salvador Díaz Mirón





Llego entre dos esbirros, que no dudan
de que a un monstruo feroz guardan y aquietan.
Gritos desgarradores me saludan
y brazos epilépticos me aprietan.

Suspenso en el umbral callo y vacilo.
Alto y grueso blandón muestra y agrava
con lampo incierto el espantable asilo.
La llama teme al soplo, sesga y flava...
¡Pugna por arrancarse del pabilo
y huir de penas que ilumina esclava!

Sobre mezquino y enlutado lecho,
y en negro traje que semeja extraño,
y las manos unidas en el pecho,
y al vientre hielo y en la faz un paño,
el cuerpo yace inmóvil y derecho.

Y ante la forma en que mi padre ha sido,
lloro, por mas que la razón me advierta
qué un cadáver no es trono demolido,
ni roto altar, sino prisión desierta.

¿Qué amigo que no acuda y me acompañe?
la turba, que penetra sin permiso,
rodea el catre funeral y plañe;
y en el cercano templo el bronce tañe
lento y lúgubre adiós al manumiso.

Al pueblo el bardo es gracia y no carcoma.
Es como el floripondio de la linde
qué cándido y triunfal surge y asoma,
y al polvo de la senda torna y rinde
el noble cáliz y el piadoso aroma.

¡Oh ingenio que subsiste, que arribaste
al eminente y suspirado extremo!
¿Por qué de la fortuna te quejaste
en los acentos del dolor supremo?


¡Ay de mi, que rabioso en un erío
y a mitad de la ruta estoy parado;
que anhelo y lucho por cruzar un río
y no hallo puente, ni batel, ni vado;
y miro allá, por campo labrantío,
la fausta meta en el opuesto lado,
y el sol morir, con victorial decoro,
bajo un dosel de púrpura y de oro!

Oigo decir de mi destino a un chusco:
"Talento seductor; pero perdido
en la sombra del mal y del olvido...
Perla rica en las babas de un molusco
encerrado en su concha y escondido
en el fondo de un mar lóbrego y brusco..."

En sublime absorción hurgo la mente:
medito con asombro en ese paso
de todas las estrellas a un ocaso
que allende una ilusión resulta Oriente...
y me inclino arrobado y reverente.

martes, 6 de septiembre de 2011

Dones fatídicos

Dones fatídicos
de Salvador Díaz Mirón






Palma, no te enorgullezcas
de superar en altura
a los laureles y almendros
sobre cuyas copas triunfas.
La tempestad se avecina,
y cuando el rayo fulgura,
las frentes menos enhiestas
son las que están más seguras.

No te ensoberbezcas, rosa,
porque brillas y perfumas,
y en el jardín y en el prado
reinas, excedes y ofuscas.
Esmalte y aroma en flores
son signos de desventura...
Manos vendrán que te arranquen
o insectos que te destruyan.

Dulce planta de la selva,
cantor que esponjas la pluma
y abres el pico y exhalas
chorros de perlas de música.
No te envanezca el gorjeo,
calla: los hombres lo escuchan,
y trinos aprestan redes
al ave que los modula.

Tierra, no envidies al astro
que te calienta y fecunda,
y que surgente o occiduo
prodiga el oro y la púrpura.
Tamaña magnificencia
nace de inmensa tortura...
El resplandor de un incendio
¡te vivifica y alumbra!

Cuán caro pagas, espíritu,
¡el nimbo que te circunda!
Tener ingenio y renombre
es tu verdadera culpa.
De rencores a tu gloria
es cómplice la fortuna,
y pereces lapidado
con montañas de imposturas.

Despedida al piano

Despedida al piano
de Salvador Díaz Mirón






Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón incierto.

Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de armonía.

Agitada, febril, con insistencia
evoca al borde del teclado mismo,
a las hadas que en rítmica cadencia
se alzaron otra vez desde el abismo.

Ya de Mozart divino ensaya el estro,
de Palestrina el numen religioso,
de Weber triste el suspirar siniestro
y de Schubert el canto melodioso.

-¡Es vano! -exclamó la joven bella,
y apagó en el teclado repentino
su último son, porque sabía ella
que era inútil luchar contra el destino.

-Adiós -le dice-, eterno confidente
de mis sueños de amor que el tiempo agota,
tú que guardabas en mi edad riente
para cada ilusión alguna nota;

hoy mudo estás cuando tu amiga llega,
y al ver mi triste corazón herido,
no puedes darme lo que Dios me niega:
¡la nota del amor o del olvido!

Dentro de una esmeralda

Dentro de una esmeralda
de Salvador Díaz Mirón






Junto al plátano sueltas, en congoja
de doncella insegura, el broche al sayo.
La fuente ríe, y en el borde gayo
atisbo el tumbo de la veste floja.

Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
que de vidrio parece al sol de mayo,
toma verde la luz del vivo rayo,
y en una gema colosal te aloja.

Recatos en la virgen son escudos;
y echas en tus encantos, por desnudos,
cauto y rico llover de resplandores.

Despeñas rizos desatando nudos;
y melena sin par cubre primores
y acaricia con puntas pies cual flores.

sábado, 6 de agosto de 2011

Dea[1]

Dea[1]
de Salvador Díaz Mirón






Recio y amplio edificio, que no brilla
Por la elegancia y el primor del arte.
Fue convento y capilla
Y es hospital. Elévase a la orilla
Del mar, hacia la parte
De Oriente, por la cual hay un baluarte,-
De dos que duran a evocar memoria
De antiguos tiempos de tumulto y gloria.

Junto a ríspida rampa de granito,
Roña de ruinas y despojos muerde
Restos de la muralla de circuito,
Que son postrer vestigio que se pierde;
Y entre la playa bruna y el amparo
De los pacientes míseros, un clavo
Borda en rústico alarde alfombra verde.

Al Norte, recta y espaciosa vía,
Que a un lado y otro del arroyo cría
Y a despecho del régimen propaga
Mantos de zacatillo y verdolaga;
Y que a un extremo y a cerrar el fondo
Tiene un médano gris, enhiesto y mondo.

Al Sur, y herboso como inculto predio,
Un parquecillo ruin en cuyo medio
Un zócalo mezquino espera en vano,
Con una obstinación que infunde tedio,
La estatua de un grande hombre mexicano.

He ahí mi asilo y el contorno. -Cruda
Flegmasía me atrajo de mazmorra
A celda en que perezco de modorra
Y que, quizás por imitarme, suda.
Compasivo guardián que imparte ayuda;
Y cuando halla ocasión, me da permiso
De visitar un rato el paraíso.
Y a frescos y desnudos corredores,
Que rodean un cuadro un patiezuelo,
Salgo a ver sonreír frondas y flores,
Ya mostrar a la fe de mis dolores
Un pedacito del azul del cielo.
Y de gracia mi espíritu se viste;
Y entonces me pregunto si la suerte
Hará otra miel como la paz del fuerte
Y otro esplendor como el placer del triste.

Holgábame una vez en tal encanto;
Y una moza, con rostro del delirio,
Pasó, blanca y derecha como un cirio,
Lírica y turbadora como un canto,
Odorífera y prócer como un lirio.
Parecía ilusión de la mirada.
Iba con paso cadencioso y lento,
Y alba ropa de lino almidonada,
Y un susurro de risa en enramada,
Y cual fuego la crin volando al viento.
Era de tarde, por abril que adoro,
Y en un silencio perturbado apenas;
Y efluvios de azahares y azucenas
Desleían al sol ámbar en oro.

Quedáme absorto y lúgubre. Sufría
Présaga desazón. - ¡Oh imagen pía!
Ancha y tersa la frente sin pecado,
Helénica nariz, boca de fresa,
Zarco el ojo de antílope asustado,
Elación y decoro de princesa
Y un secreto de angustia en un nublado:
¡asi te llevo en el sensorio impresa!

Costumbre de inquirir, sabia y notoria,
A la que rindo y pagaré tributo,
Movióme a interrogar. Y oí una historia.
¿A quién? A un servidor del instituto,
a un cubano feraz en viles tretas,
a un practicante crapuloso y pigre,
a un mancebo de sórdidas chancletas,
facha de orangután, gesto de tigre.
Pero atended. -Su relación incluye
Un imán de rumor de agua que fluye.

"La doncella gentil se llama Dea.
Su padre, Juan Falot, vino de zuavo;
Y aqui, como en Italia y en Crimea,
Ganó prez en las lides como bravo.
Herido y preso en Camarón, no pudo
Seguir, camino a Francia, el regimiento;
Y ya en salud y en libertad, a rudo
Trabajo demandó noble sustento.
Cansado de labrar, y con su ahorro,
Adquirióse un tenducho y un ventorro.
Y casó con la reina del poblacho,
Una mujer de singular trapío,
Modesta y cauta sin ficción ni empacho,
Y enemiga mortal de todo lío.
Y los meses corrieron; y la esposa
Engordaba, soñando con querubes;
Y una chica nació sana y hermosa,
Con un cutis de pétalos de rosa
Y un olor como de astros y de nubes."

"Qué suplicio el del parto! ¡Cuál estreno!
Fruto de humano amor cumple lo escrito:
No se desgaja sin romper un seno
Y no respira sin lanzar un grito!
Fausto auroral surgió del horizonte;
Y a la sangrienta luz que despuntaba,
Y en el aroma del cercano monte,
Y en las perlas de un trino de sisonte,
¡ay! La madre infeliz agonizaba.
Por hemorragia sucumbió al puerperio.
El cadáver cayó bajo el imperio
De la Química, numen de las cosas,
Y es en el más humilde cementerio
Polvo siempre fecundo en tuberosas.
Pero alma de valer, limpia y cristiana,
Yergue aliento que nunca se consume;
Y aquélla se fue a Dios, como un perfume,
Disuelta en el carmín de la mañana."

"El pobre viudo encaneció en un día.
¡Cuán tierno y delicado a la pequeña
el que antes, por su indúctil ardentía,
resultaba feroz bajo la enseña!
Arrapiezo el "bebe", y en la dulzura
Del mismo, y al alcance de la mano,
Campó sin probar gota de amargura.
¡Frágil y bullidor, lindo y ufano
colibrí del vergel de la ventura!
Su aspecto de pictórico angelito,
Su inventiva, su charla, su despejo,
Aliviaban con bálsamo exquisito
El ulcerado corazón del viejo."

"¡Precoz muchacha! Con presteza suma
se adiestraba en su hogar, según crecía;
y llegó con el medro de la espuma
a la núbil y sacra lozanía.
Y en gusto y dignidad honró penates,
Y en cuidar su conducta puso esmero;
Y escuchando episodios de combates,
Retempló su virtud como un acero.
Jamás anduvo en triscas de festines;
Y sola con sus caras aficiones,
Vivió en intimidad con sus jazmines
Y hablábase de tú con sus gorriones.
Su pensamiento, si salvaba el muro,
Era de fijo en el espacio, allende,
Como el soplo sutil, cimero y puro
Que por alto pinar vibra y trasciende".

Al estro el narrador detuvo el giro,
Y luego continuó, tras un suspiro.
"Al destino la dicha es una injuria
y el oasis un tósigo al desierto.
El anciano "enfermó" de albuminuria
Y con la virgen trasladóse al puerto.
Arriba está. Malísimo, por cierto,
Y de congoja convertido en furia.
La bella y santa joven, - que reside
No lejos, en unión de unas beatas-,
Acude con frecuencia y lo decide
A someterse a pócimas y natas.
Y bebe horrible hiel en vasta copa;
Y con firme palabra y sin misterio,,
Dice que pronto marchará a Europa
A gemir su orfandad a un monasterio.
Musca jerga y nevada muselina
Ofrecen a la mártir hechicera
Disfraz de prodigiosa golondrina,
Palma en inmarcesible primavera".


1.↑ Hospital de San Sebastián, Veracruz. Mayo de 1900

Date Lilia

Date Lilia
de Salvador Díaz Mirón






¡Clava en mí tu pupila centellante
en donde el toque de la luz impresa
brilla como una chispa de diamante
engastada en una húmeda turquesa!

¡Tal fulgura una perla de rocío
en el esmalte azul de una corola!
¡Tal radia en el crepúsculo sombrío
la estrella del amor, pálida y sola!

Deja que ruede libre tu cabello
como la linfa que desborda el cauce,
para que caiga en torno de tu cuello
como el follaje alrededor del sauce;

para que flote, resplandor de aurora
sobre tu rostro que el sonrojo empaña
como esas tintas con que el sol colora
la nieve que circunda la montaña;

para que al soplo de mi aliento vuele
y tu ígneo labio, cuya esencia adoro,
ría a través cual la amapola suele,
roja y vivaz, en el trigal de oro.

¡Habla! ¡Mas sólo de placer! Exhala
el arrullo nupcial de la paloma!
¡Fuera el temor! ¡La rosa de Bengala
no tiene espinas, mas tampoco aroma!

Tu acento de sirena me embelesa...
Tu palabra es miel híblea derramada...
Tu boca, que cerrada es una fresa,
se abre como se parte una granada.

Pero guardas silencio y te estremeces.
¿Por qué te aflige la mundana insidia?
¡Consuélate pensando que los jueces
que nos condenen, nos tendrán envidia!

¿No me oyes? ¿Cuál ha sido nuestra falta?
¿Es culpable la sed que apura el vaso?
¿Comete un crimen el raudal que salta
cuando halla un dique que le corta el paso?

¿Por qué triste y glacial como la muda
estatua del dolor bajas la vista,
mientras tu mano anuda y desanuda
las puntas del pañuelo de batista?

¿Por que esa gota en que expiró un reproche
corre por tu mejilla ruborosa
corno un hilo de aljófar de la noche
por un tímido pétalo de rosa?

¿Por qué tu pecho en que el candor anida
tiembla con ansia cual batiendo el vuelo
palpita el ala de la garza herida
que pugna en vano por alzarse al cielo?

¡Ya está, vamos! ¡Que cese tu quebranto!
¡Alza tu bella cabecita rubia,
quiero ver tu sonrisa entre tu llanto
como un rayo de sol entre la lluvia!

La palma vuelve su cogollo espeso
a aspirar aire con gentil donaire
y ebria de amor en el festín del beso,
estalla en flores, perfumando el aire.

¡Imita al árbol del desierto! ¡Sacia
tu afán de dicha y que tu canto vibre!
¡Ave María, en plenitud de gracia:
joven, hermosa, idolatrada y libre!

Consonancias

Consonancias
de Salvador Díaz Mirón






A M...[1]

Tu traición justifica mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.

Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es nuestra única esperanza.

No creas que este mal decrezca y huya:
cada vez menos parco y más despierto
imperará en mi vida y en la tuya
«como reina el león en el desierto».

Los años rodarán en el abismo
sin que recobres la perdida calma.
¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,
un cadáver en lo íntimo del alma!

El tiempo no es el médico discreto
que, por medio del fórceps del olvido,
saca del fondo de la entraña el feto
muerto allí como el pájaro en su nido.



1.↑ Dedicado a Matilde Saulnier

miércoles, 6 de julio de 2011

Confidencias

Confidencias
de Salvador Díaz Mirón






Una flor por el suelo,
un cielo de hojas empapado en lloro
y encima de ese cielo, el otro cielo
lleno de luna y de brillantes y oro...
Un arroyo que el aura acariciaba;
un banco... sobre el banco
así, como quien flota, se sentaba;
y vestida de blanco,
bella como un arcángel, me esperaba.
Aún flotan en mis noches de desvelo
con la luz de una luna como aquélla,
el verde y el azul de cielo y cielo,
y aura y arroyo y flor y banco y ella.

¿No te acuerdas, mujer, cuántos delirios
yo me forjaba, junto a ti de hinojos,
al resplandor de los celestes cirios,
al resplandor de tus celestes ojos?
¿Te acuerdas, alma mía?
¡Entonces inocente
me jurabas amor y yo podía
besar tu corazón sobre tu frente!

¡Ayer, unos tras otros,
mil delirios así pude fingirme;
hoy no puede haber nada entre nosotros,
hoy tú vas a casarte... y yo a morirme!
¡Y tanto sol y porvenir dorado,
tanto cielo soñado,
en una inmensa noche se derrumba!
¡Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;
hoy te digo: en paz goza; y, en mi tumba,
mañana me dirás: en paz descansa!

Con qué dolor, y válgame ser franco...

Con qué dolor, y válgame ser franco...
de Salvador Díaz Mirón






¡Con qué dolor, y válgame ser franco,
trazo los versos que a mi lado impetras!
Esta cuartilla de papel en blanco
me parece una lápida sin letras.

Tristísimo recuerdo me acongoja
y pienso, visionario como un zafio,
que escribo, no una endecha en una hoja,
sino sobre un sepulcro un epitafio.

No extrañes, no, que mi razón sucumba
a esta ilusión que envuelve algo de cierto
porque, ay, tu corazón es una tumba
desde el instante en que tu amor fue un muerto.

¡Tu amor! Ve el mío que cual ámbar de oro
paréceme que nunca se consume,
que ni siquiera sufre deterioro
aunque despida sin cesar perfume.

Mas ¿a dónde me lleva mi extravío?
Perdona a mi amargura ese reproche.
Por ti puedo decir como el judío:
¡un ángel ha pasado por mi noche!

Por ti en el molde general no cupe;
quise ovaciones, codicié oropeles
y en la tribuna y con la lira supe
ganar aplausos y obtener laureles.

Después... ¡mi gloria huyó con mi ventura
y, como nube tenebrosa, el duelo
ha cerrado en mi alma la abertura
que daba grande y esplendente al cielo!

Adiós. Dejo a tus plantas un gemido
y retorno a la sombra más espesa
pues vuelvo a la que reina en el olvido,
y no hay otra tan negra como ésa.

Claudia

Claudia
de Salvador Díaz Mirón





Con hermana y cuñado veranea
En quinta señoril, sobre un ribazo,
Asiento y gracia de salubre aldea.
Y no para en el rústico regazo;
Y es como una paloma que aletea
Por eludir o quebrantar un lazo.

¡Un amor doloroso e inconfeso
que le punza la sien como una espina,
y que le sella el labio como un beso;
y que no es como un fruto que se inclina
en débil fibra, por el grave peso,
y cae a la primera ventolina!

Como helénica estatua, por la suma
Corrección de la forma; tez morena;
Negro y lustre de corvina pluma
En la rizada y pródiga melena;
Y ojos que afectan, en su gris de bruma,
Transparencias de linfa sobre arena.

¡Y qué voz! ¡Cómo vibra en cada nota!
Cambia de timbre y tono en un instante.
Emperlada y sutil fluye y borbota,
Cual por lecho de guijas onda errante;
Y en transición violenta rompe y brota
Con aristas que hirieran el diamante.

¡Hermosura infeliz! Arrostra y huella
fiero cráter; y a guisa de aureola,
ciñe y carga en la frente una centella.
A un deber sacrantísimo se inmola;
Y arde con el sigilo de una estrella
En los nublados indistinta y sola.

Prueba coraza en donde sufre injuria;
Halla en su doble ser ímpetu y traba;
Y hervorosa de honor y de lujuria,
Y a un mismo tiempo meritoria y prava,
Muestra el pesar, la humillación, la furia
De una deidad que se sintiera esclava.

Huye del trato y se resiste al brillo;
Y busca en el encierro una quimera:
La paz del corazón puro y sencillo.
¡Como si por milagro consiguiera,
al golpe de la puerta en el pestillo,
burlar sus cuitas y dejarlas fuera!

En pequeño batel hiende la rada,
Rigiendo con primor caña y escota;
Y dice a la tormenta: ¡"camarada"!
Y en el peligro y sin temerlo flota;
¡Y de todo su afán no arroja nada
En su curso y su grito de gaviota!

¡Pobre mujer! Al rayo de la Luna,
pasea su desvelo y su histerismo,
lamentando el rigor de su fortuna.
Conversa con un faro del abismo;
Y a los misterios de la noche aduna
Su secreto, su oprobio, su heroísmo.

¡Admirable amazona la doncella!
Pide un corcel, y en el sillín de planta
nerviosa y ágil, cimbradora y bella;
y parte con un nudo en la garganta;
y compele y fustiga y atropella...
¡y a su cruel torcedor no se adelanta!

Porta en alto su nombre, como el lirio
Su estambre, la palmera su verdura,
Su airón el casco, su fulgor el cirio,
La fe su emblema y el volcán su albura
Y a veces los antojos de un delirio
Infiernan a la extraña criatura.

Y en el espasmo súbito que al vuelo
De la colgante y columpiada soga
Muere y crispa las carnes del chicuelo-,
Claudia, gime, se increpa, se desfoga,
Y a pezones erguidos mira el cielo,
Y aun osa blasfemar, porque se ahoga.

Y luego ante una efigie se arrodilla;
Y ¡ay! No logra en la espuma del torrente
Aferrarse a la rama de la orilla.
Plañe y ora, confusa y penitente;
¡Dase a Dios, azorada y amarilla;
Y en un vértigo va por la corriente!

¡Ciega y tenaz la religión del triste
que demanda mercedes que no alcanza
y en adorar por obtener insiste!
¡Cándida y portentosa confianza
en una providencia que no existe
en otra inmensidad que la esperanza!




--------------------------------------------------------------------------------



Cabe un lago de múrice, - como radial corona,
O escudo excelso y nítido, el Sol occiduo esplende;
Y por el claro piélago inflada y sesga lona
Resbala, con un ósculo del astro que desciende.

El mísero casucho y la soberbia granja
ostentan igual fausto, bermejo al par que blondo;
Y entre plomizas nubes aurina y crespa franja
Corta de Oriente a Ocaso el curvo y zarco fondo.

¡Mirífico el paisaje! Cromáticos vapores
ruedan en copos fusiles, que un hálito desliga;
y de arrebol purpúreos los bueyes aradores
surcan los mondos predios y mugen de fatiga.

En áspera y herbosa ladera que dilata
sus pliegues en profuso y ameno desarrollo,
lanuda grey blanquea, como bullente plata
que sobre ponto glauco revela oculto escollo.

En el confín las cumbres, cubiertas de celajes,
suspenden y subliman la extremidad agreste.
Así en pos de un prócer las manos de los pajes
levantan y sustentan la fimbria de la veste.

El fango en la hondonada resulta pedrería;
los pájaros gorjean en tumultuario coro;
y oblicuo el trapo túrgido, el barquichuelo estría
un mar que arruga en rasos el índigo y el oro.

Pero por amplio rumbo, abajo abierto adrede,
la nave se rellena de líquido salobre.
La tarde se destiñe y a la penumbra cede
y el magno dombo asume la pátina del cobre.

Obscuro y vago aspecto de lira se dibuja
al Noroeste; rachas con lúgubre armonía
llegan; y el agua es cólera que gruñe y salta y puja
y con fragor voltea nevada serranía.

Y cual humoso aroma venido por encanto
desde una catacumba que la piedad inciensa,
yna melancolía de iglesia y campo santo
se añade augusta y fúnebre a la borrasca intensa.

Sentada en el esquife, y con sayal de luto,
y sueltos en dos alas convulsas los cabellos,
y el firmamento el rostro, ya cárdeno y enjuto,
la joven ve apagarse los últimos destellos.

Y en su ánimo y orgullo, que de temblar la eximen
se forja en la catástrofe patrañas prodigiosas.
Figúrase que reina en el horror de un crimen
tan grande, que perturba el orden de las cosas.

Rabia y estruendo y caos. Ni un plácido reflejo.
Ni rútilos encajes, ni sábanas carmíneas.
¡Hostil y enorme cúpula, como de bronce viejo,
arquea, parda y próxima, sus implacables líneas!

¡Hora siniestra y larga, fatídica y suprema!
el bote combatido e hidrópico se hunde;
y cual de miedo loca, la vela en jiras trema
en las silbantes ráfagas; y la tiniebla cunde.

¡Ola que airada y túmida y resonante meces
en tus agruras íntimas el trágico despojo:
ten lástima y resérvalo al hambre de los peces,
o recogido y grávido publicará un sonrojo!

sábado, 4 de junio de 2011

Canción medieval

Canción medieval
de Salvador Díaz Mirón






¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas,
y que volando incita las mariposas,
porque así luce aspecto de llamarada!

Linajuda Regina que, por taimada,
finges al viejo duque modelo a esposas,
y de sus canas dices honestas cosas,
más dignas de la espuma de una cascada.

Ven y place al que tiene la voz dorada,
y perennes ortigas y eternas rosas,
y en el talón espuela y al cinto espada.

No ignores que los himnos hacen las diosas.
¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas!

Beatus ille

Beatus ille
de Salvador Díaz Mirón






¡Oh paz agreste! ¡Cuánto
a quien se acoge a ti brindas provecho!
¡Con qué divino encanto
llenas de olvido el pecho
¡ay! A torturas y a furores hecho!

De la cándida oveja
Que a sombra trisca en hondonada bruna,
O la cabra bermeja
Que asoma en alta duna
Su hocico rojo de carmín de tuna,

Ubre sana y henchida
Regala el apetito, aquí no escaso,
Con leche que, bebida,
Vale a dormir al raso
Y deja untado y azuloso el vaso.

¡Mesa digna de un justo
¡Oh Gay! La tuya, que de carne y vino
te guarda exento el gusto,
y no a perder el tino
es ocasión, ni a víctimas destino!

Égloga virgiliana
Abre y radica en tu heredad el seno,
Y de tu boca mana
En trasunto sereno
Y con almíbar oloroso a heno.

Antigua prez no humilla
Claro vestigio a torpe muchedumbre:
Él en tu ingenio brilla,
Como postrera lumbre
De occiduo sol, en levantada cumbre.

¡Plácidos los que orean
mi frente, que a baldón opone orgullo,
hálitos que menean
las frondas con murmullo
grato al reposo, cual materno arrullo!

Mas no Favonio engríe
El délfico laurel. Zozobras calma,
Y susurrando ríe
De la ceñida palma,
Con un desprecio que perfuma el alma!

¡Oh paz agreste! ¡Cuánto
a quien se acoge a ti brindas provecho!
¡Con que divino encanto
llenas de olvido el pecho
¡ay! A torturas y a furores hecho!

A la culta o salvaje
Corriente del vivir marcas y ahondas
Recto y seguro encaje,
Que por arenas blondas
Al mar la lleva en sosegadas ondas.

Sobre anónima huesa
Árbol piadoso y tétrico derrumba
"guirnalda que le pesa",
pompa que treme y zumba
y caricia y plañido es a la tumba.

La madre tierra es leve
Al cadáver que allí se desmorona,
Que sólo a un sauce debe,
En los palmos que abona,
Copioso llanto y liberal corona.

Avernus

Avernus
de Salvador Díaz Mirón





El recio astur, que se reputa
Claro y puro y tenaz como un diamante;
Y ella una montañesa, -diminuta
Como todo primor-, suelta y picante.

Y en una quiebra, convertida en huerto,
Habitan, por azares, un casucho,
Con un mozo andaluz, guapo, despierto,
Y en corromper a las labriegas ducho.

El marido es feliz. Tiene por Norte
El propio ensueño en la fortuna extraña:
Conservar el amor de la consorte,
Y con él y un caudal volver a España.

¡Oh ilusión, rica y tenue como un halo!
Eres gracia y piedad y no ironía.
El dios propicio, que sucumbe al malo,
Te insufla, porque brega todavía!

¡Espantoso el temblor, que de improviso
cambia el curso a las linfas, y despeña
la roca y el alud, y agrieta el piso,
y torna el pobre hogar montón de leña!

El campesino acude; y en acento
Que al mismo pedernal abriera estría,
Arroja como un dardo el firmamento
Un nombre de mujer: el de María.

¡Luto y desolación! ¡Ruina y tortura!
-El mísero patán busca y remueve;
y, tras larga faena, se figura
que percibe un albor como de nieve.

Escombra con afán y se aproxima...
¡Y ve dos cuerpos cual de mate y yeso,
desnudos, enlazados, uno encima
del otro, muertos en la flor del beso!

El Poniente descoge su escarlata;
Y, como signos de crudeza y lloro,
Selene muestra su segur de plata
Y Véspero su lágrima de oro.




--------------------------------------------------------------------------------


¡Desdichado Ginés! Odia la vida,
y arma la diestra con agudo acero...
¿En dónde los despojos del suicida
En sepulcro sin cruz y sin letrero.

En fosa que la grama disimula,
Al pie de un árbol que resulta emblema,
Pues parece un dolor que gesticula
En una contorsión brusca y suprema.

Del zafio, cuya forma ya no existe,
El espíritu aun es; - y con sus celos,
Igualmente inexhaustos, vaga triste
Y colérico y solo por los cielos.

Y con voz de retumbo de caverna
Lanza en la sombra, pavoroso grito:
"¡Maldición para el alma, por eterna,
¡ay! Porque su tormento es infinito!"

miércoles, 4 de mayo de 2011

Audacia

Audacia
de Salvador Díaz Mirón






Basta de timidez. La gloria esquiva
Al que por miedo elude la pelea
Y con suspiros lánguidos rastrea,
Acogido a la sombra de la oliva.

Sólo una tempestad brusca y altiva
Encumbra la pasión y la marea,
¡Y en empinados vórtices pasea
El abismo de abajo en el de arriba!

¡Oh rebelde¡ ¡Conquista la presea;
goza de la hermosura inebriativa
y horror a los demás tu dicha sea!

Arrostra por la gracia la diatriba,
¡Y en empinados vórtices pasea
El abismo de abajo en el de arriba!

Asonancias

Asonancias
de Salvador Díaz Mirón






Sabedlo, soberanos y vasallos,
próceres y mendigos:
nadie tendrá derecho a lo superfluo
mientras alguien carezca de lo estricto.

Lo que llamamos caridad y ahora
es sólo un móvil íntimo,
será en un porvenir lejano o próximo
el resultado del deber escrito.

Y la Equidad se sentará en el trono
de que huya el Egoísmo,
y a la ley del embudo, que hoy impera,
sucederá la ley del equilibrio.

Al separarnos

Al separarnos
de Salvador Díaz Mirón






Nuestras dos almas se han confundido
en la existencia de un ser común,
como dos notas en un sonido,
como dos llamas en una luz.

Fueron esencias que alzó un exceso,
que alzó un exceso de juventud,
y se mezclaron, al darse un beso,
en una estrella del cielo azul.

Y hoy que nos hiere la suerte impía,
nos preguntamos con inquietud:
¿cuál es la tuya? ¿cuál es la mía?
Y yo no acierto ni aciertas tú.

lunes, 4 de abril de 2011

A una dama

A una dama
de Salvador Díaz Mirón






Bailas por antojo que al mancebo engríe;
y "escotada" luces dos hechizos fuera,
y en el rubio monte de tu cabellera
una flor de grana bruscamente ríe.

¡Pasas, huyes, tornas y el placer deslíe
fósforo combusto que te pinta ojera,
y tu maridazo mira errar la hoguera
y nada barrunta que le contraríe!

¡Y en el rubio monte de tu cabellera
una flor de grana bruscamente ríe!

A una araucaria

A una araucaria
de Salvador Díaz Mirón





¡Bien hayas, himno verde, que sublimas
en estrelladas y soberbias rimas
triunfante numen, y a cantar animas!

En la punta prolífica y derecha
De tu plumada y elegante flecha,
Mirlo garrulador plañe una endecha

Y abro el ala parnáside, y al crudo
Viento del agrio Cofre la sacudo,
Y con bárbara trova te saludo.

Corvas uñas, que amagan como en rabos
De incógnitos a mí reptiles bravos,
Echas por hojas en alternos cabos.

Y si la llama del rencor me ciñe
Corazón y laúd, la nota riñe
Y el verso es garra que la sangre tiñe.

¡Cuán peregrina con tus frondas nuevas!
Imán y encanto a las miradas pruebas
En las guirnaldas que a las nubes llevas.

Extraño soy también, y más atraigo
Con prez que ostento y con baldón que raigo,
Y de mayor encumbramiento caigo.

A mirífica lumbre te abandonas
E iridiscentes lágrimas temblonas
Adiamantan y emperlan tus coronas.

Y ardo en estro de amor, y no hay rocío
Como el que cubre las que a Dios envío
Ansias de que me cure el ángel mío.

¡En ti mi nombre que grabé se mezca!
¡Tal vez lo guardarás de que perezca!
¡Sólo así podrá ser que dure y crezca!

A un pescador

A un pescador
de Salvador Díaz Mirón






En buen esquife tu afán madruga,
el firmamento luce arrebol;
grata la linfa no tiene arruga;
la blanca vela roba en su fuga
visos dorados al nuevo sol.

Pero prorrumpes en canturía
que inculta y tosca mueve a llorar;
oigo la ingenua melancolía
¡del que inseguro del pan del día
surca y arrostra pérfido mar!

Tímida y mustia por los recelos
tu mujercita dirá: -Señor,
une las aguas, limpia los cielos;
cuida y conduce, por los chicuelos,
¡la navecilla del pescador!

domingo, 6 de marzo de 2011

A un jornalero

A un jornalero
de Salvador Díaz Mirón






Lírica gracia exorna y ennoblece
¡oh proletario! Tu mansión mezquina:
el tiesto con la planta que florece,
la jaula con el pájaro que trina.

Sospechoso el tugurio no parece,
Cuando hay en él, como señal divina,
El tiesto con la planta que florece,
La jaula con el pájaro que trina.

¡Lúgubre la morada que guarece
miseria que no luce, por mohína,
el tiesto con la planta que florece,
la jaula con el pájaro que trina.!

¡Siniestro el pobre que de hogar carece,
o a su triste refugio no destina
el tiesto con la planta que florece,
la jaula con el pájaro que trina.

A tirsa[1]

A tirsa[1]
de Salvador Díaz Mirón






¡Ah! ¿Qué mucho que al Sol que subía
se plagiara en divino esplendor
alma en quieto remanso la mía,
por abril, entre ramos en flor?

No cayera por brusca pendiente,
y sería, como ante quizá,
linfa pura y festiva el torrente
que frenético y túrbido va.

Envidiosos me culpan con saña
y me niegan al par honra y fe...
¡Estupenda y horrible patraña
triunfa, puesto en mi cólera el pie!

Y un consuelo has escrito a mis penas;
y la tinta consagra el favor,
si es carmín que ha corrido en tus venas
y por mí ha pintado un rubor.

¡Con qué brotes la planta retoña!
la fortuna es infausta y no cruel,
pues que al mísero escancia ponzoña
Y unge al vaso en el borde una miel.

Un misterio me asombra e infatua:
la ternura de un buen corazón,
y que un viento derribe la estatua
y no logre apagar el blandón.

¿Esperanzas? La suerte me abruma.
A rivales mi prez causó mal,
y en mi afrenta redoro mi gloria
y en la herida reclavo el puñal.

Sueño y rimo. La noche adelanta
su prestigio parece de ti.
A lo lejos un pájaro canta
y ¡ay! me dice que lloras por mí.

Una estrella fugaz viene al suelo,
deshilando en la sombra un fulgor...
Una lágrima rueda en el cielo...
es de ángel que acude al dolor!



1.↑ En la cárcel de Veracruz

A ti

A ti
de Salvador Díaz Mirón






Portas al cuello la gentil nobleza
del heráldico lirio; y en la mano
el puro corte del cincel pagano;
y en los ojos abismos de belleza.

Hay en tus rasgos acritud y alteza,
orgullo encrudecido en un arcano,
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.

Quiero pugnar con el amor, y en vano
mi voluntad se agita y endereza,
como la grama tras el pie tirano.

Humillas mi elación y mi fiereza;
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.

domingo, 6 de febrero de 2011

A mis versos

A mis versos
de Salvador Díaz Mirón






Insensibles a fiestas y grimas
y con alas de luz de centellas,
pero esquivos a cautas doncellas,
difundíos por gentes y climas.

No sois gemas inmunes a limas
y con lampos de fijas estrellas,
sino chispas de golpes y mellas
y ardéis lascas de piedras de simas.

Pero hay siempre valer en las rimas.
Por que duran refranes? Por ellas,
y no suelen llevarlas opimas.

Id, las mías, deformes o bellas:
inspirad repugnancias o estimas,
pero no sin dejar hondas huellas.

A la señorita Sofía Martínez

A la señorita Sofía Martínez
de Salvador Díaz Mirón






Traigo por la cadena un bello tigre hircano
Que a tu neurosis, harta de júbilos de miel,
Inspira un acre gusto: el de pasar la mano
Por la incitante felpa de la vistosa piel.

Felino que figura el estro a que sonríes,
El numen que me alienta, gallardo y fiero al par
Y que gruñendo lame tus breves borceguíes,
Cual por el flujo a veces en la ribera el mar!

A la señorita Julia Zárate

A la señorita Julia Zárate
de Salvador Díaz Mirón






En la Venus de Médicis el arte
Previó cuanto hay en ti, menos la túnica.
Irreprochable desnudez imparte
Al mármol gracia vencedora y única.

No te des al acaso. Dios no envía
La suprema beldad a cualquier gusto.
¡La manda para ser en la porfía
botín al fuerte y galardón al justo!

jueves, 6 de enero de 2011

A Piedad

A Piedad
de Salvador Díaz Mirón






Llegas a mí con garbo presumido,
tierna y gentil. ¡Cuán vario es el orgullo!
Ostenta en el león crin y rugido,
y en la paloma tornasol y arrullo.

Brillas y triunfas, y a carnal deseo
cierras la veste con seguro alarde,
y en el fulgor de tu mirada veo
sonreír al lucero de la tarde.

Hay minutos de gracia, que suspenden
el dolor con alivio soberano,
que de la paz divina se desprenden
para cruzar el infortunio humano.

Virtud celeste a la miseria mía
viene contigo, y en el antro asoma
y entra y cunde como una melodía,
como una claridad, como un aroma.

Al triste impartes, como buena maga,
tregua feliz, y en dulce desconcierto,
bendigo por el bálsamo la llaga
y amo por el oasis el desierto.

Y me vuelvo a mi cítara y la enfloro
y la pulso, y el son que arranco a ella
se va, tinto en la púrpura y el oro
del puesto sol, a la primera estrella.

A Berta

A Berta
de Salvador Díaz Mirón


Ya que eres grata como el cariño
ya que eres bella como el querub,
ya que eres blanca como el armiño,
¡sé siempre ingenua, sé siempre tú!

El torpe engaño que el vicio fragua
nunca se aviene con la virtud.
¡Sé transparente como es el agua,
como es el aire, como es la luz

Que tu palabra -dulce armonía
que tu alma exhala como un laúd,
como una alondra que anuncia el día
presa en la sombra que flota aún-

sea un arroyo sereno y puro
do, al inclinarme como un saúz,
mire las guijas del fondo oscuro
y las estrellas del cielo azul.

DESEOS

DESEOS

Yo quisiera salvar esa distancia
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.

Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes;
yo quisiera en el cielo de tus brazos
beber la gloria que en los labios tienes.

Yo quisiera ser agua y que en mis olas,
que en mis olas vinieras a bañarte,
para poder, como lo sueño a solas,
¡a un mismo tiempo por doquier besarte!

Yo quisiera ser lino y en tu lecho,
allá en la sombra, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
¡y morir de placer al comprimirte!

¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
llevarte en mí como la nube al fuego,
mas no como la nube en su carrera
para estallar y separarse luego!

Yo quisiera en mí mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
¡convertirte en perfume y aspirarte!

¡Aspirarte en un soplo como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos!

¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
y así verte sobre mi vida en calma,
toda la llama de tu pecho ardiente
y todo el éter del azul de tu alma!

Aspirarte, mujer... De ti llamarme,
y en ciego, y sordo, y mudo constituirme,
y en ciego, y sordo, y mudo consagrarme
al deleite supremo de sentirte
¡y a la dicha suprema de adorarte!

MÍSTICA

MÍSTICA

Si en tus jardines, cuando yo muera,
cuando yo muera, brota una flor;
si en un celaje ves un lucero,
ves un lucero que nadie vio;
y llega una ave que te murmura,
que te murmura con dulce voz,
abriendo el pico sobre tus labios,
lo que en un tiempo te dije yo:
aquel celaje y el ave aquella,
y aquel lucero y aquella flor
serán mi vida, que ha transformado,
que ha transformado la ley de Dios.

Serán mis fibras con otro aspecto,
ala y corola y ascua y vapor;
mis pensamientos transfigurados,
perfume y éter y arrullo y sol.
Soy un cadáver ¿cuándo me entierran?
Soy un viajero ¿cuándo me voy?
Soy una larva que se transforma
¿cuándo se cumple la ley de Dios
y soy entonces, mi blanca niña,
celaje y ave, lucero y flor?