domingo, 2 de noviembre de 2008

LOS PARIAS

Allá en el claro, cerca del monte

bajo una higuera como un dosel,

hubo una choza donde habitaba

una familia que ya no es.

El padre, muerto; la madre, muerta;

los cuatro niños muertos también:

él, de fatiga; ella de angustia;

¡ellos de frío, de hambre y de sed!



Ha mucho tiempo que fui al bohío

y me parece que ha sido ayer.

¡Desventurados! Allí sufrían

ansia sin tregua, tortura cruel.

Y en vano alzando los turbios ojos,

te preguntaban, Señor, ¿por qué?

¡Y recurrían a tu alta gracia

dispensadora de todo bien!



¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden

culto a tu nombre y a tu poder:

a ti demandan favores lo pobres,

a ti los tristes piden merced;

mas como el ruego resulta inútil

pienso que un día —pronto tal vez—

no habrá miserias que se arrodillen,

¡no habrá dolores que tengan fe!



Rota la brida, tenaz la fusta,

libre el espacio ¿qué hará el corcel?

La inopia vive sin un halago,

sin un consuelo, sin un placer.

¡Sobre los fangos y los abrojos

en que revuelca su desnudez,

cría querubes para el presidio

y serafines para el burdel!



El proletario levanta el muro,

practica el túnel, mueve el taller;

cultiva el campo, calienta el horno,

paga el tributo, carga el broquel;

y en la batalla sangrienta y grande,

blandiendo el hierro por patria o rey,

enseña al prócer con noble orgullo

¡cómo se cumple con el deber!



Mas, ¡ay! ¿qué logra con su heroísmo?

¿Cuál es el premio, cuál su laurel?

El desdichado recoge ortigas

y apura el cáliz hasta la hez.

Leproso, mustio, deforme, airado

soporta apenas la dura ley,

y cuando pasa sin ver al cielo

¡la tierra tiembla bajo sus pies!

MUSICA FUNEBRE

Mi corazón percibe, sueña y presume.

Y como envuelta en oro tejido en gasa,

la tristeza de Verdi suspira y pasa

en la cadencia fina como un perfume.



Y frío de alta zona hiela y entume;

y luz de sol poniente colora y rasa:

y fe de gloria empírea pugna y fracasa,

¡como en ensayos torpes un ala implume!



El sublime concierto llena la casa;

y en medio de la sorda y estulta masa,

mi corazón percibe, suena y presume.



Y como envuelta en oro tejido en gasa,

la tristeza de Verdi suspira y pasa

en la cadencia fina como un perfume.

PAQUITO

Cubierto de jiras,

al ábrego hirsutas

al par que las mechas

crecidas y rubias,

el pobre chiquillo

se postra en la tumba,

y en voz de sollozos

revienta y murmura:

«Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras».



Y un cielo impasible

despliega su curva.



«¡Qué bien que me acuerdo!

La tarde de lluvia;

las velas grandotas

que olían a curas;

y tú en aquel catre

tan tiesa, tan muda,

tan fría, tan seria,

y así tan rechula!

Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras».



Y un cielo impasible

despliega su curva.



«Buscando comida,

revuelvo basura.

Si pido limosna,

la gente me insulta,

me agarra la oreja,

me dice granuja,

y escapo con miedo

de que haya denuncia.

Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras».



Y un cielo impasible

despliega su curva.



«Los otros muchachos

se ríen, se burlan,

se meten conmigo,

y a poco me acusan

de pleito al gendarme

que viene a la bulla;

y todo, porque ando

con tiras y sucias.

Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras».



Y un cielo impasible

despliega su curva.



«Me acuesto en rincones

solito y a obscuras.

De noche, ya sabes,

los ruidos me asustan.

Los perros divisan

espantos y aúllan.

Las ratas me muerden,

las piedras me punzan...

Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras».



Y un cielo impasible

despliega su curva.



«Papá no me quiere.

Está donde juzga

y riñe a los hombres

que tienen la culpa.

Si voy a buscarlo,

él bota la pluma,

se pone muy bravo,

me ofrece una tunda.

Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras».



Y un cielo impasible

despliega su curva.

CINTAS DE SOL

I



La joven madre perdió a su hijo,

se ha vuelto loca y está en su lecho.

Eleva un brazo, descubre un pecho,

suma las líneas de un enredijo.



El dedo en alto y el ojo fijo,

cuenta las curvas que ornan el techo

y muestra un rubro pezón, derecho

como en espasmo y ardor de rijo.



En la vidriera, cortina rala,

tensa y purpúrea cierne curiosa

lumbre, que tiñe su tenue gala.



¡Y roja lengua cae y se posa,

y con delicia treme y resbala

en el erecto botón de rosa!



II



Cerca, el marido forma concierto:

¡ofrece el torpe fulgor del día

desesperada melancolía;

y en la cintura prueba el desierto!



¡Ah! Los olivos del sacro huerto

guardan congoja ligera y pía.

El hombre sufre doble agonía:

¡la esposa insana y el niño muerto!



Y no concibe suerte más dura,

y con el puño crispado azota

la sien, y plañe su desventura.



¡Llora en un lampo la dicha rota;

y el rayo juega con la tortura

y enciende un iris en cada gota!



III



Así la lira. ¿Qué grave duelo

rima el sollozo y enjoya el luto,

y a la insolencia paga tributo

y en la jactancia procura vuelo?



¿Qué mano digna recama el velo

y la ponzoña del triste fruto,

y al egoísmo del verso bruto

inmola el alma que mira al cielo?



¡La poesía canta la historia;

y pone fértil en pompa espuria;

a mal de infierno burla de gloria!



¡Es implacable como una furia,

y pegadiza como una escoria,

e irreverente como una injuria!